ermita-de-Sant-Lleir

El sábado buscábamos a un ermitaño que era astrólogo, eso nos dijo Anna, pero el señor no apareció. Y mira que dimos vueltas. Al final Xavier y Mercè nos guiaron con el coche hasta llegar a una ermita. En vez de encontrarlo a él lo que hallamos fue un hueco entre alcornoques y encinas, tapizado de hojarasca seca mezclada con tierra humedecida.

A veces las cosas surgen de una forma diferente a cómo pensábamos que iban a acontecer. Y ya puestos allí, en aquel lugar tan bonito presidido por la ermita de Sant Lleïr, con el sol radiante en el cielo azul, a pocos metros de Sant Antoni de Vilamajor y con tan buena compañía, algo teníamos que improvisar. Así que, como ya era mediodía, sacamos los foulares, los dispusimos en el suelo a modo de mantel y colocamos las viandas y los brebajes que llevábamos preparados de casa. Improvisamos una comida medieval, medio espatarrados en el suelo.

Éramos diez pero había comida para veinte. Todos habían pensado en llevar algo para compartir: había tortilla de alcachofas, de patatas con cebolla, sushi, una pizza congelada de Elena que es la hostia, guacamole, endivias, humus, zanahorias, ensalada de lentejas, lomo rebozado, medio sándwich de queso, la tarta de manzana que trajo Joana, plátanos, fresas, cerezas, bombones, limoncello, agua con menta de Anita, una botella de salmorejo que no tuvo éxito… Buen rollo, como a ti te gusta!

Compartir bajo la sombra de las encinas, en un lugar místico, un lugar de reposo, de conexión, de paz… Es todo tan mágico en estos encuentros! De verdad que hay magia, no hay porque mentir, la energía fluye, salta de uno a otro, juega enredándose en nuestros cabellos, en nuestros dedos, en nuestros ojos, en nuestras palabras, en las lágrimas y en las risas. Es la energía de las emociones, de acordes que suenan como una melodía que nos envuelve. Y huele a tierra, huele a origen, y a raíz… El aire mueve las hojas y se esparce el aroma de la vida.

Decían que Santi, el ermitaño, no se había presentado, pero yo creo que sí que estaba presente, que llevaba la capa de lo invisible y que se mantenía oculto. El espíritu nos acompañaba y nos guiaba de forma sutil. Y si no era él… pues sería otro Mago o Maga de las estrellas. Que te voy a contar a ti…

Después de comer Anna sacó el tablero de un juego que se llama Lilah, un saquito con runas, unas cartas con flores de Bach y una barajita de tarot, tan tan diminuta que parecía que se la habían prestado los enanitos del bosque. Mercè, Elena y yo teníamos que buscar un tótem para jugar. Y mira, se me ocurrió cortar una flor! Con la de cosas que había por el suelo! Pero la vi tan bonita, que no pude resistirme. Luego me arrepentí, en fin.

Li-lah Li-lah Li-lah Li-lah… El juego comienza.

El dado del karma rueda.

Li-lah Li-lah Li-lah Li-lah… El viaje se inicia.

Nacemos.

No había oído hablar nunca de ese juego. Lilah le llaman. El juego divino de la vida. Es como el juego de la oca pero en espiritual. En él no mueres nunca, no te matan, no hay contrincantes ni enemigos, compites solo contigo misma. A veces metes la pata y tienes que retroceder, pero luego avanzas y te encuentras puentes por los que cruzas al siguiente nivel. El premio es ganar el cielo, pero no por asalto eh!, sino trascender a la conciencia cósmica por el autoconocimiento. Que guay!!

Luego escogimos, con los ojos cerrados y sin mirar las cartas, cada uno una flor de Bach. Sincronicidad total, de diez que éramos cinco escogieron la misma. Ya no me acuerdo cuál era, creo que era un brote de castaño o de nogal. Ramón decía que parecía un pájaro de colores, pero a la mayoría no parecía gustarle mucho. Después las runas. Remuevo con la mano derecha y elijo con la mano del corazón. Comenzó Eli y seguimos los demás.

Certero estaba el destino que insistía en conectarnos a todos. Otra vez la mayoría elegía los mismos símbolos. Que no es mentira! Que es verdad! Y es que aunque todos somos diferentes compartimos el anhelo de sanarnos, de curar las mismas heridas. Porque el dolor es igual para todos y la felicidad que buscamos, también.

Ya solo quedaban las cartitas diminutas de los enanitos. Yo me tuve que poner las gafas porque no veía nada. Eran tan pequeñitas… Vane se convirtió en tarotista, se lió el foular a la cabeza y echó las cartas como una verdadera pitonisa.

Que tarde tan divertida. Ha pasado volando. Cuando he mirado el reloj habían pasado casi seis horas. ¿Sabes que el seis es el número de la ternura y de la capacidad de amar? Claro que sí! es tu número favorito, el que elegiste para tu camiseta de basquet. No tengo remedio, siempre buscando puentes, conexiones para traerte. Uy! mira que se hizo tarde. Recogimos todo y lo dejamos «net i polit». Hay que dejar el bosque como lo has encontrado, pero si ha de quedar algo que sea la buena energía, para el siguiente que venga. Igual la necesita.

Regresamos a Barcelona al atardecer, ahora en mayo las tardes duran más. Volví a casa con un poquito más de energía. A la próxima seguro que encontramos a Santi. O no… Quién lo sabe! Li-lah Li-lah Li-lah, el juego continúa…

Maribel

Lilah

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